Por: Jaime Gutiérrez Murillo
En escenarios de crisis, como los que vive actualmente Colombia, la comunicación política entra a jugar un papel clave en las democracias debido a la importancia que tiene en escenarios democráticos comunicar ideas políticas. Saber transmitir los mensajes es algo clave para evitar o menguar situaciones de descontento social que desemboquen en una crisis como la que actualmente vivimos.
Debe resaltarse la expresión de Alba Hahn Utrero, quien argumenta que “cuanto antes acepte un líder político la existencia de la crisis, antes podrá tomar medidas eficientes para afrontarla. En este sentido, la gestión de la crisis pasa, antes de por las acciones, por el discurso político”. La actual administración ha fallado en este principio, pero no es un mal exclusivo de Iván Duque (no hay que olvidar el tratamiento nefasto que le dio Santos al paro campesino con su famosa frase: “el tal paro no existe”).
Para la experta en relaciones internacionales, Alba Hahn Utrero, el discurso político exitoso en una crisis tiene cuatro características: en primer lugar, es honesto y transparente, lo que transmite transparencia y permite el mantenimiento de la credibilidad y la confianza; es coherente, pues el liderazgo del político debe mantenerse igual en la crisis, incólume; es controlado, con el objetivo que la ciudadanía perciba que la situación está bajo control y no se está improvisando; finalmente, la emocionalidad juega un papel clave, se debe inspirar un sentimiento de esperanza en la ciudadanía.
Todos estos aspectos fueron mal manejados por el actual gobierno nacional: en primer lugar, desde el 28 de abril, día de inicio de la crisis política, no hubo una comunicación honesta ni transparente, no se vio venir la crisis y se minimizó el impacto de esta. Todo esto condujo a una indignación mayor por parte de los marchantes quienes veían que sus demandas sociales legítimas, no recibían la respuesta deseada por parte del gobierno.
El discurso tampoco ha sido coherente y así mismo las acciones. Luego del desmonte de la reforma tributaria, vino la renuncia del ministro y viceministro de hacienda, sin embargo, este último fue renombrado en un nuevo ministerio enviando un mensaje confrontativo hacia los manifestantes. El discurso y la comunicación políticos no es solo verbal, una acción habla más que mil palabras.
En tercer lugar, no ha sido controlado, pues el presidente ha sido incapaz de poner el ritmo político, no ha podido anticiparse a los hechos y las manifestaciones le han marcado la agenda: en primer lugar, fue dubitativo en el retiro de la reforma, lo que le costó la cabeza de su ministro estrella; se demoró en promover el diálogo, lo que ha significado mayor recrudecimiento de las protestas (en las cuales los vándalos se infiltran y aprovechan para atacar pequeños comercios y destruís el capital de trabajo y el empleo de decenas de miles de colombianos); se reunió primero con gremios y clase política, lo que siguió agravando el descontento en las calles. El presidente ha estado rezagado en todo.
En cuanto a la emocionalidad, esta ha estado marcada por un discurso político que parece no tener en fin en Colombia: el enemigo interno. La guerra fría terminó hace más de 30 años en el mundo, pero en el país parece que esto no ocurrió. Las protestas y manifestaciones sociales son catalogadas de ilegítimas porque encubren, de acuerdo con el discurso oficialista, intereses de las guerrillas marxistas. Así, la emocionalidad siempre ha girado en torno a la construcción de este enemigo interno que busca desestabilizar el país. Es cierto que en las protestas y en este tipo de fenómenos hay en juego múltiples intereses y diversos actores, algunos de los cuales se mueven en el mundo ilegal, pero las reivindicaciones son totalmente válidas y legítimas.
Nunca antes en Colombia había sido tan notoria la importancia y el rol clave que desempeña la comunicación política. Si bien la crisis fue causada por cuestiones estructurales de fondo como la desigualdad, la pobreza y la crisis económica causada por el COVID (aunque fue detonada por una reforma inoportuna pero necesaria), una adecuada comunicación con la ciudadanía habría podido menguar los impactos del estallido social que estamos viviendo. Aún hay tiempo para enderezar el camino y que marchantes y gobierno se sienten a dialogar en una búsqueda incesante de soluciones.
La desconexión del gobierno con la realidad es evidente en un hecho simple: luego de casi quince días de movilizaciones, bloqueos, saqueos, asesinatos y un caos sin precedentes en el país, especialmente en Cali, el presidente no ha salido de su palacio en la capital y no ha entendido que debe venir a la tercera ciudad más importante a resolver esta crisis, dándole así la espalda a liderar el diálogo pacífico, la reactivación económica y la garantía de la seguridad a la ciudad que hoy es el epicentro de la crisis.
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